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LOS COSMÉTICOS COLORIDOS Y LAS JOYAS

LOS COSMÉTICOS COLORIDOS Y LAS JOYASBy Joe Crews

UNA RELIGIÓN PARA ESCAPAR DEL FUEGO ETERNO

Una de las quejas más frecuentes y erróneas que la gente tiene en contra de la religión, es que es demasiado restrictiva. En esta época permisiva, cuando todo el énfasis está en “hacer lo que nos parece”, se ha desarrollado una actitud poco racional de voluntad propia, que incluso se ha adentrado en la religión. Los miembros y los no miembros de la iglesia parecen estar buscando lo mismo: una religión que no interfiera con los derechos ni las libertades individuales. Desconfían al instante de cualquier doctrina que exija el “abandono” de algo.

A medida que este espíritu liberal se va fortaleciendo, muchos miembros de la iglesia se han vuelto cada vez más críticos de las altas normas espirituales de la iglesia. Obviamente, avergonzados por la brecha cada vez mayor entre la iglesia y el mundo, y no dispuestos a enfrentar el estigma social de ser una minoría “peculiar”, estos miembros han tratado de justificar su transigencia en el área de las normas cristianas. A menudo argumentan que la iglesia es cerrada y legalista, y que esta “imposición arbitraria de reglas” disuade a muchas personas buenas de unirse a la iglesia.

Si estas quejas son válidas, entonces seguramente se deben hacer algunos cambios básicos en la doctrina de la iglesia. Si no son válidas, necesitamos saber con urgencia cómo presentar las normas de conducta cristiana en su verdadero contexto bíblico. En otras palabras, debemos dejar claro, si estas reglas fueron establecidas por Dios o por la iglesia. También debemos investigar si son prohibiciones arbitrarias o normas basadas en el amor de Dios, para nuestra propia felicidad.

A diferencia de la rebelión popular contra cualquier ley absoluta de comportamiento individual, hay que considerar los hechos bíblicos sobre la vida cristiana en general, y la moral en particular. ¿Cuán compatibles son estas exigencias modernas de libertad individual con las normas de la Palabra de Dios? Supongamos que la postura bíblica pudiera presentarse con todo el amor y la persuasión de un ángel del cielo. ¿Sería la verdad fácil de aceptar para cualquiera?

Seamos sinceros: el camino a la vida eterna no es un camino fácil, lleno de flores, ni tranquilo. Jesús hizo hincapié en esto, en tantos textos que no podemos ignorar este hecho. Dijo: “Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:14). Uno de los primeros principios de ser cristiano es la abnegación. Cristo dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23). Ser cristiano implica una entrega total. La parábola de nuestro Señor de la perla de gran precio y el mercader, revela que debemos estar dispuestos a invertir todo lo que tenemos para obtener el gran premio de la vida eterna. Si permitimos que algo o alguien se interponga entre nosotros y el hacer la voluntad de Cristo, no podemos ser salvos.

¿Hemos sido culpables de rebajar el precio del discipulado, para que la gente no sienta que el camino es demasiado estrecho y restrictivo? Jesús añadió: “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:33). Jesús le dijo al joven rico que sólo le faltaba una cosa para entrar en el reino de los cielos, que justamente era aquello que no estaba dispuesto a dejar. Tendría que entregar su riqueza para ser salvo, pero no estuvo dispuesto a cederla. Amaba alguna cosa más de lo que amaba al Señor, y se marchó triste y perdido. Cristo fue tan firme en su posición sobre este punto que incluso dijo: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10:37).

Creo que deberíamos buscar la manera más amable, diplomática y amorosa de presentar las declaraciones de Cristo a hombres y mujeres. Pero también pienso que cómo la presentemos importa poco, si las personas no aman al Señor Jesús. La culpa no es del mensaje; parte de la culpa recae en cómo los predicadores la presentan; pero gran parte radica en la actitud del cristiano quejoso, que se rebela contra la verdad porque requiere un grado de abnegación.

Permítanme ilustrar cómo los sentimientos y las actitudes personales pueden marcar la gran diferencia. El matrimonio es la experiencia más restrictiva que cualquier ser humano puede asumir voluntariamente en este mundo, aparte de su compromiso espiritual con Cristo. El hombre promete renunciar a muchos de sus apegos y prácticas del pasado. Cede la libertad que tiene de salir con otras chicas, y se une solemnemente a esa única mujer, por el resto de su vida. La novia también hace promesas restrictivas similares, aceptando abandonar a todos los demás para entregarse con devoción al hombre que ha escogido.

Sin duda, los votos matrimoniales se encuentran entre los compromisos más limitados y rígidos que cualquier ser humano puede hacer en su vida. Si las restricciones y las reglas son la causa de tanta miseria, entonces las bodas deberían ser la experiencia más miserable e infeliz, para todos los involucrados. ¡Pero no es así! Son los eventos más felices. ¿Por qué? ¿Por qué la novia está tan radiante cuando, frente al novio, se compromete a entregarle su vida? ¿Cómo puede el hombre estar tan feliz de hacer las promesas que inhibirán sus actividades por el resto de su vida? La respuesta es simple: se aman. Es la actitud y los sentimientos mutuos, lo que hace que la aceptación de las restricciones sea un placer.

¿Alguna vez ha escuchado a una novia quejarse después de la ceremonia? De seguro nadie la ha escuchado decir con amargura: “Ahora ya no puedo salir más con Jim y Andy. No es justo. El Estado me obliga a ser fiel a mi esposo. Este asunto del matrimonio es demasiado restrictivo”. No, no ha oído eso. La opinión pública está dispuesta a condenar a la novia si comete adulterio, pero ella ni siquiera considera esa posibilidad porque está enamorada, y el amor lo cambia todo. No es fiel por miedo al castigo o al reproche. Ella es fiel porque quiere agradar a la persona que ama profundamente.

Los hombres y las mujeres más miserables de este mundo son los que están casados, y ya no se aman. Esto es casi literalmente el infierno en la tierra. Se irritan y se quejan de las restricciones e imposiciones a los que están sometidos. De manera similar, los miembros de la iglesia más infelices del mundo son aquellos que están casados con Cristo por medio del bautismo y, sin embargo, no lo aman. A menudo culpan con resentimiento a la iglesia y a sus instructores por imponerles una religión cerrada y restrictiva.

¿Pero es la religión o los pastores los que tienen la culpa? La triste realidad es que esas personas nunca han tenido una relación amante y personal, que es la piedra angular de toda religión verdadera. Muchos de ellos se aprenden los versículos correctos para el curso de estudio bíblico, y son capaces de explicar el orden de los eventos de los últimos días, pero no han tenido un encuentro personal con Jesucristo. En algún punto, y tal vez durante todo el proceso de instrucción, no se les enseñó o no eligieron aceptar la verdadera base de la religión del corazón. No es un conjunto de reglas o una lista de doctrinas, sino un profundo involucramiento personal, en una relación de amor con el hombre Jesucristo.

El problema que existe con millones de cristianos es su motivo para ser miembros de la iglesia. Practican una religión para escapar del fuego eterno. Hacen ciertas cosas sólo porque tienen miedo al fuego, al final del camino. Sirven al Señor con temor porque les aterra la idea de ser arrojados al lago de fuego. ¡No es de extrañarse que sean miserables y anden con cara larga! ¡Qué gran perversión de la verdad! Los cristianos deberían ser las personas más felices del mundo; ¡más felices incluso que los recién casados cuando salen de la capilla nupcial! El cristiano debe amar al Señor, más de lo que ama a su propia esposa y a su familia.

¿Cree usted que un hogar podría ser feliz, si la esposa preparara todos los días el plato favorito de su esposo porque teme que se divorcie de ella? Las relaciones terrenales colapsarían bajo esta tensión. Ella prepara ese plato porque ama a su esposo y quiere complacerlo. Cuando se acerca el cumpleaños de la esposa, un esposo cristiano y amoroso, con frecuencia, observa y escucha, en busca de algún indicio de lo que a su esposa le gustaría recibir de regalo. ¡Y por lo general ella no tiene que insinuárselo abiertamente para que se entere! Con mucho gusto le compra el regalo porque la ama y quiere complacerla.

De la misma manera, el cristiano buscará a diario en la Biblia formas de agradar al Señor. Constantemente estará buscando señales e indicios de cómo complacer a quien ama profundamente. En la traducción del siglo XX de la Biblia en inglés, leemos estas palabras: “Trata siempre de averiguar qué es lo que más agrada al Señor” (Efesios 5:10). ¡Qué gran lema para todo cristiano! En efecto, este es el deseo supremo de quienes aman al Señor con sinceridad. Con razón Cristo resumió la primera tabla de la ley con estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primero y grande mandamiento” (Mateo 22:37, 38).

La verdadera razón por la que algunos cristianos se irritan y se quejan de las reglas y la rigurosidad, es porque sólo cuentan con suficiente religión para hacerlos miserables. El alcance de la “experiencia” cristiana se basa en una lucha constante por vivir de acuerdo a las reglas: un esfuerzo por guardar la ley. Ciertamente, no hay nada de malo en obedecer los mandamientos de Dios, como tampoco lo hay en que un esposo obedezca las leyes que exigen mantener a su esposa. Pero si las demandas de la ley son la única razón para obedecerla, entonces algo anda mal con el cristiano y con el esposo. El amor aligera el peso legal y hace placentero lo que podría ser una carga y una presión.

Una madre de tres niños tenía muchos problemas tratando de hacer que cumplieran las normas del buen aseo y de la limpieza. Como la mayoría de los niños pequeños, estos tres se resistía a seguir las reglas de lavarse las orejas, peinarse y lustrar los zapatos. Era una batalla diaria que la madre ganaba únicamente ejerciendo autoridad y fuerza. Pero un día, el hijo mayor salió de su habitación luciendo como un modelo de impecable pulcritud. Cada cabello parecía estar exactamente en el lugar correcto, y la punta de sus zapatos brillaban a la perfección. La madre casi se desmaya. A duras penas podía reprimir su sorpresa y deleite.

Sabiamente decidió esperar y observar el motivo de este giro de los acontecimientos. La solución al rompecabezas no se hizo esperar. Al día siguiente, la mamá se enteró de que una nueva familia se había mudado al vecindario, y que tenían una hija. Quizás la chica no había visto a Johnny, pero él la había visto, y eso le había impactado profundamente. No diremos que fue el amor lo que cambió su actitud hacia las normas del buen aseo, pero de seguro ya no se aseaba por temor a las imposiciones de la madre.

El punto es que la vida cristiana no se compone solo del “HACER” y del “NO HACER”. Sin duda, hay restricciones en este matrimonio espiritual, al igual que las hay en el matrimonio físico; pero esas restricciones son impuestas por el amor que busca siempre complacer al objeto de los afectos. Los cristianos que están enamorados de Cristo atestiguan con exuberancia y semblante resplandeciente, que este es el camino de la verdadera felicidad.

Desafortunadamente, hay un grupo mayor de miembros de iglesia, que sufre de manera miserable lo que debería de disfrutar. Están amargados y se quejan de no poder comer lo que les plazca o vestirse como desean. Culpan a la iglesia por verse obligados a “renunciar” a tantas cosas. Su religión se parece mucho al hombre con dolor de cabeza: Él no quería cortarse la cabeza, pero le dolía conservarla. La actitud triste parece dar por sentado, que su religión es el producto de algún comité de predicadores sombríos, empeñados en incluir todas las reglas prohibitivas que hacen infelices a hombres, mujeres y jóvenes.

¿Es esto cierto? ¿Qué pasa con los principios espirituales que constituyen la doctrina que llamamos normas cristianas? ¿No asistir al cine es una ley arbitraria de la iglesia? ¿Es decisión de Dios o del hombre que el baile moderno no sea apropiado para un cristiano? ¿Y qué hay del uso de los cosméticos coloridos y las joyas? ¿Le agrada a Dios o le desagrada? La verdad es que cada punto de nuestra fe y doctrina debe basarse firmemente en el principio de hacer la voluntad de Dios, tal como se revela en la Biblia. El amor por él siempre dará lugar a la pregunta: ¿Cómo puedo estar siempre tratando de encontrar lo que más agrada al Señor?

La respuesta a esa pregunta se encuentra en decenas de textos bíblicos que dan indicaciones y señales claras sobre cómo agradar a Dios, en lugar de a nosotros mismos. Esta es la única pregunta realmente importante en cuanto a cualquier actividad o práctica: ¿Qué piensa Dios sobre esto? No importa lo que este predicador o ese predicador piensen al respecto, o cuál es la opinión de esta iglesia o aquella iglesia. La pregunta importante es: ¿agrada o desagrada al Señor? Si encontramos textos que revelan que Dios no lo aprueba, no debería haber más contienda en el corazón de un cristiano genuino. Lo amamos demasiado como para arriesgarnos a desagradarlo. Nuestro deleite debe ser encontrar y hacer las cosas que agradan a aquel que amamos, y eliminar de nuestra vida las cosas que le desagradan.

Cuando las personas están enamoradas, no necesitan amenazarse entre sí ni darse ultimátums; sino que constantemente buscan formas de mostrar su amor y de agradarse mutuamente. Para los que cumplen el primer y gran mandamiento de Cristo, el obedecer no es una carga. Dios está buscando a aquellos que sean sensibles al más mínimo indicio de su voluntad. A él no le agradan las personas, a las que se les tiene que empujar constantemente a obedecer, por temor al castigo. Dios dice: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos [Énfasis agregado] No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a ti” (Salmo 32:8, 9).

Muchos cristianos son seguidores de “cabestro y con freno”. Responden sólo a las amenazas, y obedecen por temor al castigo. Dios dice: “Quiero que te corrijas con una mirada mía”. Solo los que lo aman supremamente y están atentos a los indicios de su agrado, reconocerán la mirada amorosa de la corrección. Al escudriñar la Biblia con el propósito de descubrir lo que más le agrada, obedecerán de inmediato a la más mínima revelación de su voluntad. Esta es la esencia del verdadero cristianismo: alinear todos los elementos de la vida en armonía con su voluntad revelada, por amor.

LOS COSMÉTICOS COLORIDOS Y LAS JOYAS

Con este pequeño trasfondo sobre cómo hacer que el amor sea el factor motivador para establecer las normas cristianas, ahora estamos preparados para ilustrar cómo funciona este principio en la práctica. Aunque se podría tomar cualquiera de las normas de “conducta” de la iglesia, escojamos una que haya suscitado muchas quejas: los cosméticos coloridos y las joyas. Muchos miembros sinceros han dejado de lado el uso de estos adornos artificiales “porque la iglesia lo dice”. Esto es un razonamiento pobre para sustentar cualquier cosa que hagamos en la vida cristiana. Espero que después de leer este capítulo, las explicaciones de las reglas arbitrarias de la iglesia sobre el tema den paso a la convicción personal basada en amar y agradar al Señor.

En repetidas ocasiones los pastores se han enfrentado a las preguntas: “¿Qué tiene de malo mi pequeño anillo de bodas? ¿Cree que Dios me dejará fuera del cielo sólo porque uso esta pequeña joya?”. Mi propio corazón se ha consternado y preocupado, en incontables ocasiones, por este enfoque negativo del cristianismo. Tenga en cuenta lo que implica la pregunta: la persona que la hace, obviamente busca saber hasta donde puede salirse con la suya, y aun así ir al cielo. Su actitud refleja un deseo legalista de hacer sólo las cosas que están establecidas como leyes divinas de “hacer o pagar las consecuencias”.

¡Pero este enfoque es incorrecto, incorrecto, incorrecto! El verdadero cristiano no preguntará: “¿Cuánto tengo que hacer para seguir siendo un hijo de Dios?”, sino más bien: “¿Cuánto puedo hacer para agradar a Jesús a quien amo?”. Este es el enfoque positivo que se basa en buscar la voluntad de Dios respecto al asunto en cuestión, y en amarlo lo suficiente como para obedecer con felicidad su voluntad, como se revela en la Biblia. Una vez que esta premisa sincera y amorosa es aceptada, solo queda buscar a través de la Escritura para encontrar indicaciones de la voluntad de Dios en relación al uso de cosméticos de colores y ornamentos. Esto es lo que haremos a continuación.

En Génesis 35:1-4, Dios le dijo a Jacob que llevara a su familia a Betel, donde serían presentados en el altar del Señor. Este era un lugar muy sagrado para Jacob, el lugar de su conversión en el pasado, luego de ver la escalera celestial en su sueño. Pero antes de que pudieran ser consagrados en ese lugar santo, Jacob le dijo a su familia que quitaran “los dioses ajenos que hay entre vosotros” (versículo 2). Aparentemente, la familia había adquirido algunas de las costumbres paganas en su estadía en esa tierra. Había ciertos objetos que debían dejarse a un lado antes de subir al altar, porque eran objetos paganos.

Por favor tenga en cuenta, en el versículo 4, cuáles eran estos objetos: “Así dieron a Jacob todos los dioses ajenos que había en poder de ellos, y los zarcillos que estaban en sus orejas; y Jacob los escondió debajo de una encina que estaba junto a Siquem”. En Jueces 8:24 se nos asegura que los ismaelitas usaban aretes. El contexto implica enfáticamente que usaban ornamentos como una señal de su apostasía contra el Dios verdadero. Génesis 34 revela que los hijos habían cometido algunos pecados graves, y Jacob venía ante Dios para hacer una expiación solemne por ellos y por su familia. Fue un momento de examen de conciencia y arrepentimiento. Se hizo todo lo posible para corregir el mal y abrir el camino para que la bendición de Dios recayera sobre ellos. Se abandonó la costumbre de llevar ornamentos paganos junto con los dioses extraños. Se dejaron de lado los pendientes.

En circunstancias similares, tuvo lugar una reforma en Éxodo 33:1-6. En el capítulo anterior, había ocurrido una terrible apostasía mientras Moisés estaba en la montaña recibiendo los Diez Mandamientos. Un gran número de israelitas había adorado al becerro de oro, trayendo plagas y destrucción que amenazaban a la nación. Moisés les pidió que se arrepintieran con estas palabras: “Hoy os habéis consagrado a Jehová, pues cada uno se ha consagrado en su hijo y en su hermano, para que él dé bendición hoy sobre vosotros” (Éxodo 32:29).

En el siguiente capítulo, Moisés entró al tabernáculo para suplicar a Dios por el pueblo, que todavía estaba adornado con sus atavíos paganos desde el día de la complacencia y del pecado. La instrucción que Dios dio para la restauración de Israel incluía un cambio de vestido, tal como lo había hecho anteriormente en el caso de Jacob y su familia. Dios dijo: “Di a los hijos de Israel: Vosotros sois pueblo de dura cerviz; en un momento subiré en medio de ti, y te consumiré. Quítate, pues, ahora tus atavíos, para que yo sepa lo que te he de hacer. Entonces los hijos de Israel se despojaron de sus atavíos desde el monte Horeb” (Éxodo 33:5, 6).

No tenemos ninguna duda en cuanto a la actitud de Dios con respecto al uso de esos ornamentos. Dios, que no cambia, les dijo que se quitaran esas cosas, y se presentaran a enfrentar el juicio y a responder por su apostasía. Es más que de interés pasajero, notar que esta prohibición se estableció en relación con su entrada a la Tierra Prometida. Dios dijo: “Y yo enviaré delante de ti el ángel, y echaré fuera al cananeo y al amorreo… pero yo no subiré en medio de ti, porque eres pueblo de dura cerviz” (Éxodo 33:2, 3). Es significativo que se les pidiera que se despojaran de sus adornos, antes de poder entrar en la Tierra Prometida.

¿Tiene esto algo que ver con nosotros? En efecto, sí. Pablo nos asegura en 1 Corintios 10:11 que “estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”. Él compara su experiencia en el mar Rojo con el bautismo en el versículo 2, y en los versículos 7 y 8 se refiere a la gran experiencia de apostasía de Israel en Éxodo 32, cuando hicieron el becerro de oro. Luego, en el versículo 11, prosigue a explicar que las cosas que les sucedieron fueron “para amonestarnos a nosotros”. Esto solo puede significar que Dios trata con ellos como resultado de su apostasía, para enseñarnos algo. Su mandato de que ellos se quiten los adornos antes de entrar a la tierra de Canaán se aplica a nosotros antes de entrar a la Canaán celestial. El paralelismo es evidente en el contexto.

El registro más antiguo que existe sobre el uso de cosméticos coloridos se encuentra en 2 Reyes 9:30. Muchos cuestionan el origen de la expresión “pintada como Jezabel”. La respuesta se encuentra en este texto: “Vino después Jehú a Jezreel; y cuando Jezabel lo oyó, se pintó los ojos con antimonio, y atavió su cabeza, y se asomó a una ventana”. Los estudiantes de la Biblia conocen bien la historia de esa infame reina pagana, que mató a cientos de profetas de Dios. Trazar el origen bíblico de la costumbre hasta Jezabel, ciertamente arroja una sombra profana sobre la práctica. Pero veremos en un momento que el uso de cosméticos coloridos fue un distintivo consistente de mujeres paganas y mujeres infieles, a través del registro bíblico.

Mediante el profeta Isaías, Dios pronunció una de las denuncias más severas sobre las joyas, que se hallan en la Biblia. En ninguna parte encontramos una revelación más directa e inequívoca de lo que Dios piensa sobre el uso de ornamentos. En Isaías 3:16, Dios no generaliza sobre los ornamentos, pero da una larga lista de objetos específicos que llevaban las “hijas de Sion”. Ahora, observemos si Dios, el mismo ayer, hoy y siempre, se complacía con el uso de estas cosas. “Asimismo dice Jehová: Por cuanto las hijas de Sion se ensoberbecen, y andan con cuello erguido y con ojos desvergonzados; cuando andan van danzando, y haciendo son con los pies... Aquel día quitará el Señor el atavío del calzado, las redecillas, las lunetas, los collares, los pendientes y los brazaletes, las cofias, los atavíos de las piernas, los partidores del pelo, los pomitos de olor y los zarcillos, los anillos, y los joyeles de las narices” (Isaías 3:16-21).

Hagamos una pausa aquí, en medio de este relato, y preguntémonos, ¿cómo quitará Dios estas cosas? En el siguiente capítulo, versículo 4, leemos: “cuando el Señor lave las inmundicias de las hijas de Sion... con espíritu de juicio y con espíritu de devastación”. No pasemos por alto el hecho de que Dios se refiere a todos estos objetos de adorno, como “inmundicias”. Además, describe más gráficamente a los que sobreviven al “lavado” del ornamento: “En aquel tiempo el renuevo de Jehová será para hermosura y gloria, y el fruto de la tierra para grandeza y honra, a los sobrevivientes de Israel. Y acontecerá que el que quedare en Sion, y el que fuere dejado en Jerusalén, será llamado santo; todos los que en Jerusalén estén registrados entre los vivientes” (Isaías 4:2-3).

Con trazos claros y audaces, el profeta revela el aborrecimiento de Dios por las manifestaciones de orgullo reflejado en el uso de ornamentos. Después del lavado de esas baratijas artificiales, Dios describe a las mujeres como “bellas”, “santas” y “hermosas”. Aparentemente, él no valora la belleza de la misma manera que nosotros. Las mujeres se pusieron todas sus joyas para verse hermosas, pero Dios dijo que estaban sucias. Cuando todo eso desapareció, se refirió a ellas como bellas y hermosas. No perdamos de vista la importancia extrema de esta verdad. Dios usa la palabra “hermosa” para describir a Su Novia, la Iglesia. “Como mujer hermosa y delicada comparé a la hija de Sión” (Jeremías 6:2, JBS).

Para reforzar su estimación del orgullo desmesurado desplegado por su pueblo, Dios hizo la siguiente observación: “La apariencia de sus rostros testifica contra ellos; porque como Sodoma publican su pecado, no lo disimulan. ¡Ay del alma de ellos! porque amontonaron mal para sí” (Isaías 3:9). Con esto no queda ninguna duda sobre lo vergonzoso del adorno exterior.

Sería bueno tomar nota de que, en este punto, Dios identificó los anillos como parte de la “inmundicia de las hijas de Sion”. ¿De qué tipo de anillos estaba hablando? Los estudiantes del último año de la escuela secundaria responderán de inmediato: “El anillo de mi clase es un símbolo de mi último año. No lo uso como adorno. Dios hablaba de otros tipos de anillos”. El masón defenderá su anillo masónico con casi las mismas palabras: “Dios no habla de mi anillo. Simplemente representa mi afiliación a la Logia”. Y luego están los anillos de piedra natalicia, los anillos de compromiso y los anillos de boda; que también tienen significados simbólicos. Qué fácil justificar el que estamos usando, y afirmar que Dios no estaba hablando de ése. Pero, ¿cómo sabemos que Dios no estaba hablando del que usamos? ¿No sería presuntuoso pensar que Dios hace una excepción con el que llevamos puesto, sólo porque no queremos renunciar a él?

¿Qué quiso decir Dios cuando dijo “anillos”? ¿Se refería sólo a ciertos tipos de anillos?

Una vez le hice a mi madre una pregunta similar. Verán, ella me había prohibido quitarle el glaseado al pastel, después de que estuviera listo. Me dejaba “lamer el molde” y raspar todo lo que había quedado en el fondo del recipiente, pero era una norma de la casa que no podía quitarle nada al pastel.

Pero un día mamá fue a la tienda, y me dejó solo con un hermoso pastel de chocolate recién hecho en medio de la mesa. Observé cómo el delicioso glaseado se deslizaba por el costado del pastel y se acumulaba en el borde del plato. La tentación fue demasiado grande y rápidamente raspé todo ese exceso de glaseado con mi dedo, pero no fui lo suficientemente rápido. Justo en ese momento, mamá entró por la puerta.

Créanme, mi madre me arrastró hasta el dormitorio muy rápido, mientras yo trataba de anticipar lo inevitable. Todavía recuerdo la excusa que ofrecí para escapar del castigo. Mi madre dijo: “Yo te dije que nunca quitaras el glaseado del pastel”. Triunfalmente respondí: “Pero no dijiste pastel de chocolate”.

Por alguna razón, a mi sabia madre no le impresionó en lo más mínimo tan poca lógica juvenil. Me pregunto qué le parecerá a nuestro omnisciente Padre Celestial cuando decimos: “Pero no dijiste anillo de bodas”. Es cierto. Mi madre sólo dijo “pastel” y Dios sólo dijo “anillos”. Discutir qué tipo de pastel, no es más que un intento infantil de justificar nuestra obvia violación de la voluntad revelada de Dios.

Después de todo, ¿por qué escudriñamos la Biblia sobre el tema? ¿No tratamos de descubrir qué es lo que más le agrada al Señor? No estamos buscando formas de evitar lo que le agrada. Nuestro único propósito es encontrar su voluntad, para hacerla. Lo amamos demasiado como para arriesgarnos a desagradarlo. Por eso, el verdadero cristiano no le pondrá peros al tipo de anillo, ni buscará racionalizarlo con el propósito de ir en contra de la voluntad de Dios. Deje a un lado todos los anillos. ¿No es evidente, que si se puede defender un anillo simbólico, entonces se pueden defender todos los anillos simbólicos?

No hay ningún precedente bíblico que justifique llevar una señal física de matrimonio. La historia del anillo de bodas está contaminada con el culto pagano al sol y con superstición papal. ¡Ningún argumento presentado a su favor tiene peso, en comparación con el importante hecho que no le agrada al Señor! Un cristiano carnal podría argumentar que no está claro que uno se perderá por usar un anillo. Pero el cristiano que ama a Dios por sobre todo, responderá que es suficiente saber que desagrada a nuestro Amigo.

Por cierto, la historia nos da una descripción clara de la relación entre la apostasía de la iglesia primitiva y la introducción del anillo de bodas. El famoso cardenal católico John Henry Newman lo describió en 1845 en su monumental libro Development of Christian Doctrine (El desarrollo de la doctrina cristiana) en la página 373: “Constantino, con la finalidad de recomendar la nueva religión a los paganos, transfirió a esta, los adornos externos a los que estaban acostumbrados en su religión. No es necesario entrar en un tema que los escritores protestantes hayan hecho conocido para la mayoría de nosotros. El uso de templos, dedicados a santos particulares... incienso... velas... agua bendita... procesiones... el anillo en el matrimonio [Énfasis agregado] mirar hacia el este, imágenes en tiempos posteriores... son todos de origen pagano, y hechos santos por haber sido adoptados por la Iglesia.

El profeta Jeremías, como muchos otros escritores del Antiguo Testamento, aconsejó sobre el tipo de personas que usaban ornamentos artificiales. Dios inspiró a esos hombres santos a usar el símbolo profético para representar a la iglesia. Cuando el pueblo de Dios se descarriaba, el profeta lo describía como una ramera o una esposa infiel. Por eso leemos textos como el siguiente: “Y tú, destruida, ¿qué harás? Aunque te vistas de grana, aunque te adornes con atavíos de oro, aunque pintes con antimonio tus ojos, en vano te engalanas; te menospreciarán tus amantes, buscarán tu vida” (Jeremías 4:30).

A través de Ezequiel, Dios representó a su pueblo apóstata, Judá e Israel, mediante dos rameras llamadas Aholah y Aholibah. La descripción de su atrevida ornamentación coincidía con la lascivia de su conducta. “Además, enviaron por hombres que viniesen de lejos, a los cuales había sido enviado mensajero, y he aquí vinieron; y por amor de ellos te lavaste, y pintaste tus ojos, y te ataviaste con adornos” (Ezequiel 23:40).

Oseas expresa lo mismo cuando describe la hipocresía de Israel. De nuevo, la infidelidad fue bien representada por una mujer adornada. “Y la castigaré por los días en que incensaba a los baales, y se adornaba de sus zarcillos y de sus joyeles, y se iba tras sus amantes y se olvidaba de mí, dice Jehová” (Oseas 2:13).

Una y otra vez, la Biblia vincula el uso de cosméticos coloridos y de las joyas con el pecado, la apostasía y el paganismo. Cuando se apartaron del Señor, se pusieron los adornos que, como dijo Isaías, “declaran su pecado”. No faltan versículos que expliquen la verdad con claridad y sin ambigüedades; el Dios del cielo estaba disgustado con esas cosas, y las utilizó para simbolizar el desvío de su voluntad.

Volviendo al Nuevo Testamento, la imagen adquiere un enfoque aún más nítido. Juan, en el libro de Apocalipsis, describe a la mujer escarlata de pecado (que simboliza la iglesia falsa) así: “Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación” (Apocalipsis 17:4).

En contraste, la verdadera iglesia se describe en Apocalipsis 12:1 como una mujer hermosa vestida con la gloria del sol, y es llamada la novia de Cristo en Apocalipsis 21:9. Observe que la novia de Cristo no usa adornos. Estos tipos de sistemas religiosos verdaderos y falsos también señalan la opinión que Dios tiene en cuanto al uso de adornos artificiales.

Dos textos finales de los escritos de Pedro y Pablo revelarán puntos de vista firmes y consistentes de la iglesia primitiva en conexión con esta práctica. Ambos partidarios leales ocuparon posiciones de influencia entre los discípulos, y sus cartas llenas del Espíritu representan la visión indiscutible de la iglesia apostólica. Pablo escribió: “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad” (1 Timoteo 2:9, 10).

Pedro escribió casi de la misma manera, excepto que se dirigió especialmente a las mujeres cristianas que tenían esposos incrédulos. “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1 Pedro 3:1-4).

Estas palabras de Pedro contienen consejos para todas las esposas cristianas de la iglesia de hoy y tratan uno de los problemas más desconcertantes que enfrentan las mujeres cristianas cuyos esposos no están con ellas en la fe. ¿Hasta dónde debe llegar la esposa creyente para complacer a su esposo impenitente? ¿Hasta qué punto debería comprometer la verdad de Dios en las pequeñas cosas, con el fin de mantener la paz en el hogar, y posiblemente para ayudar a ganar a su esposo? El consejo de Pedro es simple y claro: no se compromete la verdad ni los principios, por ningún motivo. Incluso si a la esposa no se le permite hablar de su fe, puede ganar a su esposo con su “conducta casta”. Otras traducciones usan el término “conversación” en lugar de “conducta”.

Pero observe cómo se manifestará la conducta de la esposa cristiana. Pedro afirma que ella ganará a su esposo mucho más fácilmente, si deja a un lado el adorno exterior. Seguramente el Espíritu de Dios anticipó el dilema de la esposa, que siente que necesita usar un anillo de bodas para complacer a su esposo, aunque sabe que no agrada al Señor. Este versículo deja totalmente en claro que Dios es primero, y que esa decisión también será mejor para ganar al esposo que cualquier otra acción. Cientos de evangelistas y pastores podrían atestiguar que esto es cierto. Las mujeres que finalmente conducen a sus esposos a la fe, son las que se aferran firmemente a la norma de la Palabra de Dios. Las que no ganan a sus cónyuges, son las que rebajan la norma en las cosas pequeñas, para ser más compatibles con sus esposos no creyentes.

Pareciera contradictorio, pero los resultados prácticos son demostrables. Mientras la esposa no cumpla con todos los aspectos de su fe, el esposo piensa que estos carecen de importancia. No puede animarse a hacer algo que ni siquiera requiere un compromiso total de su dulce esposa cristiana. Pero si ella adopta una postura firme para agradar al Señor, por encima de todos los demás, incluso de cara a su propio descontento, el esposo quedará profundamente impresionado que esta “insignificancia religiosa” debe ser importante. Probablemente no expresará sus verdaderos sentimientos. De hecho, podría fingir una indignación, pero la actitud firme y consciente de su esposa despertará en secreto, su respeto y admiración.

Debemos anticipar aquí el argumento que esgrimen las esposas que no están dispuestas a desprenderse de sus anillos de boda. Dicen: “No quiero renunciar a mi anillo porque demuestra que estoy casada. Estoy orgullosa de mi esposo. Quiero que todos sepan que estoy casada. Creo que el matrimonio es algo muy sagrado e importante”. No se puede negar que son sentimientos sinceros. Toda esposa debe amar a su esposo y estar orgullosa de él. El matrimonio es importante, y es razonable que quiera que todos sepan que está casada. Pero preguntémonos: ¿Hay algo en la vida de una persona que sea más importante que el matrimonio?

Sí, solo hay una cosa que es más importante que estar casado, y es estar casado con Cristo. Las afirmaciones del amor de Cristo son las únicas que deberían tener prioridad sobre el amor entre esposos. A la luz de toda esta abrumadora evidencia bíblica, hemos descubierto que los ornamentos no agradan al Señor. Es cierto que el anillo de bodas les dirá a todos que la esposa está casada con su esposo, pero también revelará algo más: dirá que ha elegido complacer a su marido incluso por encima del Señor Jesús. Demuestra que coloca la voluntad de otra persona por encima de la voluntad de Dios revelada en la Biblia. De esta manera, da un testimonio equivocado al mundo.

Algunos podrían objetar que tal conclusión es demasiado radical. Algunos dirán: “Estás juzgando y poniendo a prueba mi cristianismo con una cosa tan pequeña como un anillo o un adorno”. No, este no es el caso. Es el amor a Dios lo que está siendo probado, y la Biblia señala de forma clara los criterios para la prueba. Esa prueba no sólo implica guardar los mandamientos de Dios explícitamente revelados, sino que también incluye dejar a un lado todo lo que descubramos que no le agrada. Aquí está la evidencia: “Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1 Juan 3:22).

Por favor, no pasemos por alto las dos cosas que los verdaderos cristianos deben hacer siempre. No solo obedecer los requisitos directos y evidentes que Dios establece en su ley, sino también ir más allá, al buscar todo lo que le agrada. En otras palabras, obedecerán el mandato de “tratar siempre de averiguar qué es lo que más agrada al Señor” (Efesios 5:10, Traducción del Siglo XX en inglés). Jesús ejemplificó y vivió este principio divino en su propia vida y en sus enseñanzas. Dijo: “No me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:29). Los mandamientos arbitrarios son obvios incluso para un hombre carnal, pero las pequeñas cosas que agradan a Dios son reveladas sólo al corazón amante del cristiano que escudriña la Palabra en busca de indicios de Su voluntad. Es un hecho solemne que los que serán salvos en la venida de Jesús están simbolizados por Enoc, quien “fue traspuesto para no ver muerte… y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios” (Hebreos 11:5). Pablo describe la gloriosa venida de Cristo en 1 Tesalonicenses 4:16.

En el mismo versículo, describe la resurrección de los justos muertos y el arrebatamiento de los justos vivos. Pero hablando de aquellos santos que deberían estar listos para la traslación, Pablo dijo: “Os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús... cómo os conviene conduciros y agradar a Dios” (1 Tesalonicenses 4:1). Una de las características de los redimidos de la tierra, es su disposición a agradar al Señor en todo.

Si sabe que algo le agrada al Señor, pero se niega a hacerlo, ¿qué está haciendo realmente? Está complaciendo a alguien más, por encima del Señor. Podría decir: “Pero es algo tan pequeño, tan pequeño”. Por supuesto que es una cosa pequeña, pero el amor en realidad se prueba y se confirma por las pequeñas cosas que hacemos el uno por el otro. Pregúntele a cualquier ama de casa si no es así. Su esposo podría regalarle una lavadora en su cumpleaños, y ella se lo agradecería.

Pero si le trae flores a casa a mitad de semana y le dice: “Cariño, déjame secar los platos”, cualquier esposa le dirá que eso significa más que la lavadora. ¿Por qué? Porque esos pequeños gestos dicen más de sus verdaderos sentimientos, que hacer grandes cosas que más o menos se esperan. Dios se complace cuando guardamos los Diez Mandamientos, pero realmente mostramos nuestro amor, yendo más allá de los mandamientos y agradándole en las pequeñas cosas reveladas en la Biblia.

El bien y el mal nunca se han medido, y nunca deberían medirse por la cantidad. Lo que presenta el mayor problema para el cristiano es la calidad del pecado, no la cantidad. La Biblia pone al descubierto el hecho de que los cosméticos de colores, los anillos, etc., desagradan al Señor. La Palabra de Dios no muestra, que cierta cantidad de cosméticos coloridos esté mal o que cierto tipo o cantidad de anillos le desagraden. Incluso, la violación deliberada más pequeña de la voluntad revelada de Dios es seria. Indica una rebelión interna en contra de poner a Dios en primer lugar. Hoy en día el argumento favorito del diablo es “un poco no hace daño”.

Este fue el necio argumento de Lot cuando los ángeles le ordenaron huir a las montañas. Rogó que se le permitiera ir a otra ciudad cercana a Sodoma y Gomorra. Su argumento fue: “¿No es ella pequeña?” (Génesis 19:20). ¿Puede entender por qué quería ir a otra ciudad después de perder todo lo que tenía en Sodoma? Sin embargo, muchos cristianos hoy en día utilizan la misma racionalización. Discuten y alegan sobre el tamaño de su anillo o la cantidad de falta de modestia.

Satanás se deleita en escuchar a las personas que intentan decidir en qué medida pueden violar la voluntad de Dios. No olvide esto: no es el grado de desviación de la norma bíblica lo que importa, el verdadero problema es el hecho que siquiera exista una desviación. El tamaño del paso no es lo importante, sino hacia donde lo lleva.

A veces se acusa a los ministros de crear un gran problema con el anillo de bodas, porque esperan que el candidato se lo quite antes de ser bautizado. En realidad, la experiencia ha demostrado que el anillo no es el problema. El anillo es simplemente el síntoma de un problema mucho más grave: la falta de entrega total. Cuando se entrega el corazón y Dios toma el primer lugar en la vida, ningún converso permitirá que un pequeño anillo se interponga en el camino de unirse al cuerpo de Cristo mediante el bautismo. Cuando el amor por Cristo es más fuerte que el amor a sí mismo o al esposo o esposa, entonces nada se interpondrá en el camino, y mucho menos un pequeño anillo de metal.

LAS PIEDRAS DE TROPIEZO

En este último capítulo, consideraremos otro aspecto de la evidencia bíblica sobre este tema, que algunos consideran el más persuasivo de todos. Responde a la objeción planteada por los pocos que todavía no están convencidos de que las joyas desagradan a Dios. Dicho de otra manera, derriba el último bastión de defensa, incluso para el anillo de bodas.

Antes de pasar al elocuente discurso de Pablo sobre este punto, establezcamos un hecho, que es bien conocido por todos los que se dedican tiempo completo a ganar almas. Aquellos que persisten en usar sus ornamentos después de convertirse en miembros de la iglesia, han sido responsables de colocar una piedra de tropiezo en el camino de las almas interesadas. Casi cualquier evangelista o pastor podría romperle el corazón con historias de hombres y mujeres que se arrepintieron a las puertas del bautisterio, por la incoherencia de algunos miembros de la iglesia. Después de que se les enseñara toda la verdad bíblica sobre las normas cristianas, estos candidatos quedan impactados al ver a los miembros de la iglesia (y a veces a los mismos líderes de iglesia) usando anillos u otros adornos. Muchos se retractan decepcionados, y se niegan a unirse a la iglesia.

Alguien podría objetar: “Bueno, no deberían fijarse tanto en la gente. Deben aceptar la verdad, porque es la verdad”. Esto es muy bueno y cierto, pero recuerde que estamos tratando con almas que buscan resquicios en el impopular mensaje de la Biblia. Nuestro deber es cerrar cada resquicio con paciencia, y enfrentar cada argumento para que finalmente se rindan en total obediencia. El hecho es que estas personas tienen derecho a esperar que la iglesia practique lo que predica. Unos pocos miembros incongruentes pueden contrarrestar meses de estudio en oración y preparación de candidatos, por parte del pastor. No es correcto que alguien sea una piedra de tropiezo para otra persona.

Pablo escribió la advertencia más solemne, para aquellos que desanimen a una sola alma en su crecimiento cristiano: “Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano” (Romanos 14:13). Jesús habló sobre el mismo tema, excepto que describió la gravedad de ser la causa de que un niño tropiece. Quizás sus palabras tengan más significado para nosotros, si las leemos pensando en los maestros de la escuela sabática de los niños.

“Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:6). ¡Qué declaraciones tan serias! Pero no es peor que la ofensa que describe: inducir a errar a los niñitos que ven a los maestros como ejemplos. ¿Con qué frecuencia las niñas han cuestionado las normas bíblicas sobre los anillos después de ver un anillo en el dedo de su maestra favorita?

En una iglesia en particular, una maestra del jardín de infantes que usaba un anillo de bodas, era idolatrada por una niña de su departamento. Durante el servicio de la iglesia, a menudo se le permitía a la niña sentarse con la maestra y su esposo. Puesto que no tenían hijos propios, la pareja estaba encantada de que la niña bien educada se sentara con ellos. Por lo general, se entretenía con los objetos personales en el bolso de la maestra, pero al ser de naturaleza afectiva, se aferraba a la mano de su maestra, la mayor parte del tiempo. Un sábado durante el sermón, la mujer miró a la niña y notó que le había quitado el anillo de bodas y se lo había puesto en el dedo meñique. Algo perturbada, recuperó el anillo y volvió a ponérselo.

Semana tras semana, para su disgusto, se dio cuenta de lo obsesionada que parecía estar la pequeña con el anillo. Cuidaba y acariciaba el anillo, y a menudo intentaba quitárselo discretamente, para poder deslizarlo entre sus dedos infantiles. La creciente fascinación de la niña por el círculo dorado, se convirtió en una preocupación creciente para la mujer mayor. Al conocer las enseñanzas bíblicas sobre los ornamentos, su conciencia no se había sentido tranquila, desde el momento en que comenzó a usar el anillo. No podía disfrutar del servicio de adoración, ya que buscaba desviar la vana atención de la niña por el objeto de adorno.

Por fin no pudo soportarlo más. Bajo la profunda convicción de que estaba poniendo una piedra de tropiezo en el camino de la niña, se deshizo del anillo problemático, de una vez por todas. Posteriormente, compartió la experiencia con su pastor, y describió los sentimientos de culpa que la atormentaban, por haber sido un medio de tentación para una niña inocente.

“Pero no veo nada malo con los anillos. ¿Por qué debería ser un hipócrita, y quitármelos solo para impresionar a alguien?”. Esta es una pregunta que Pablo responde con un efecto devastador en 1 Corintios 8:1-13. Todo ese capítulo se ocupa del problema de los alimentos ofrecidos a los ídolos. La iglesia primitiva estaba seriamente dividida sobre el tema. Los cristianos gentiles, que venían del paganismo, creían que estaba mal comer dicha carne. Recordaban haber ofrecido esa comida en sacrificio a los ídolos. Aunque ahora eran cristianos, sentían que de alguna manera todavía le eran leales a los ídolos, si comían esos alimentos. Por otro lado, los cristianos judíos que habían llegado a la iglesia del judaísmo, sentían que esa comida era perfecta para comer. Como la carne no era “inmunda” y se vendía junto con otras carnes en el mercado, los judíos cristianos la compraban sin ningún problema de conciencia.

La discordia se volvió tan grave entre los dos grupos que Pablo, para lidiar con la situación, explica con detalles el asunto en 1 Corintios 8. Observe su opinión al respecto: “Acerca, pues, de las viandas que se sacrifican a los ídolos, sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios… Pero no en todos hay este conocimiento; porque algunos, habituados hasta aquí a los ídolos, comen como sacrificado a ídolos, y su conciencia, siendo débil, se contamina... Pero mirad que esta libertad vuestra no venga a ser tropezadero para los débiles. Porque si alguno te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un lugar de ídolos, la conciencia de aquel que es débil, ¿no será estimulada a comer de lo sacrificado a los ídolos? Y por el conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió. De esta manera, pues, pecando contra los hermanos e hiriendo su débil conciencia, contra Cristo pecáis” (versículos 4-12).

Estos interesantes versículos, con su enfoque espiritual en el amor por los demás, se aplican con mayor fuerza a aquellos que se sienten en libertad de usar anillos en la iglesia. La aplicación es mayor, porque los ornamentos son condenados por Dios, mientras que las carnes ofrecidas a los ídolos no eran condenadas. Aún así, Pablo dijo que era pecado comer esa comida, porque era un tropezadero o un obstáculo para otra persona. Dado que los anillos, en la misma manera, han sido tropezaderos para otros hermanos cristianos, no podemos restar importancia, a la proposición que tal ofensa también es un “pecado contra Cristo”.

Esto nos lleva de vuelta al tema central de este librito: el amor. Ya sea que miremos las normas cristianas desde el punto de vista de amar y agradar a Dios o de amar a nuestro prójimo, el resultado es el mismo. La idea es poner el yo en último lugar. Una religión basada en ese amor no se contentará meramente con cumplir con los requisitos de los Diez Mandamientos, sino que buscará diariamente en la Palabra de Dios, indicios de su voluntad. Como Juan nos recuerda: “guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1 Juan 3:22, énfasis agregado).

¿Puedo hacerle una pregunta sobre lo que ha leído hasta este momento? ¿Ha planteado alguna duda sobre el uso de adornos? ¿Sugiere la evidencia de todos estos versículos, esparcidos por la Biblia, que la práctica es cuestionable? Una pareja dijo: “Todavía no nos convence que Dios nos dejará fuera del cielo solo por usar una joya”. Les pregunté: “A pesar de que ustedes no sienten que se perderían por usarla, ¿piensan que los textos plantean al menos alguna duda acerca de que la práctica reciba la aprobación completa de Dios?”. Ellos dijeron: “Oh, sí, no podemos decir que el tema no sea un poco confuso”.

Mi siguiente pregunta fue esta: “¿Creen que haya una probabilidad del 10% de que usar anillos sea desagradable para Dios?”. Después de pensarlo un momento, ambos estuvieron de acuerdo en que al menos existía esa probabilidad de que fuera cuestionable. Luego les hice esta pregunta: “Ya que están a punto de bautizarse y de entregar completamente sus vidas al Señor Jesucristo, ¿quieren correr el 10% de riesgo de desagradar al Señor, quien ha dado su vida por ustedes?”.

Lentamente bajaron las manos y empezaron a quitarse los anillos. El esposo respondió: “No. No queremos correr el menor riesgo de desagradarlo. Queremos llegar hasta el final con Jesús. Como existe una probabilidad, le daremos el beneficio de la duda”.

No intento decir que este tipo de sumisión es fácil. Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23). Decir “no” al yo, es a lo que se refería el Maestro. Hablaba que todo el mundo tendrá que luchar con algo que el yo no quiere entregar. La persona que viene a Cristo y aprende sus caminos tendrá que negarse a sí mismo, y decir “no” a algo que toda su naturaleza anhela conservar. Eso es lo que significa la abnegación. Algunos no pasan la prueba en un punto, y otros en un punto distinto. He visto a personas que no podían negarse a sí mismos, en lo que respecta al dinero.

Obedecer a Dios podría poner en peligro su trabajo o reducir su salario, y no estaban dispuestos a decir “no” a su amor por el dinero. Otros tenían que renunciar a sus amigos para seguir a Cristo completamente, y no estaban dispuestos a dejar a sus amigos. El apetito se ha interpuesto en el camino de muchos que no estaban dispuestos a renunciar al alcohol, tabaco o a los alimentos inmundos, como lo exige la Biblia. Algunos no han pasado la prueba en el punto de la vanidad y orgullo. No están dispuestos a negarse a sí mismos en el orgullo desmesurado de la vestimenta.

Siempre es interesante ver cómo la verdad aleja a las personas de una serie evangelística. La gente continúa asistiendo, hasta que presentamos las verdades de Dios que exigen un cambio de vida y práctica. Si no predicáramos todo el consejo de Dios, la mayoría de los oyentes responderían gustosamente a la invitación. La lucha tiene lugar cuando la verdad desafía a una acariciada autocomplacencia. Las pruebas del sábado como día de reposo, el diezmo y la dieta tienen como objetivo algún elemento de la naturaleza del yo. Muchos fracasan en todos estos puntos. Pero, curiosamente, la batalla más grande parece librarse cuando la voluntad de Dios toca el área del orgullo personal. La vanidad es profunda y dominante. El amor propio tiene mil caras, y se manifiesta de muchas formas sutiles.

Tome nota, pues en algún punto en el camino de cada alma, el diablo usará a su propio yo para poner una última y desesperada resistencia contra la voluntad de Dios. Sólo aquellos que aman a Cristo con todo su corazón, con toda su alma y con toda su mente serán capaces o estarán dispuestos a hacer una entrega total, que es lo se requiere. Las personas más felices del mundo son aquellas que no permiten que nada se interponga en su camino para agradar a Dios en todo.

Ya se ha mencionado que los cristianos que viven para agradar al Señor son las personas más felices del mundo. Jesús dijo: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido [Énfasis agregado]” (Juan 15:10, 11). Entonces no es de extrañar, que los cristianos plenamente comprometidos sean reconocidos con facilidad.

Hay un resplandor sagrado y una alegría que brilla desde adentro, que incluso transforma el semblante. Aunque han dejado a un lado los adornos del mundo, se ponen el adorno del Espíritu que los identifica al instante. Algunas mujeres se sienten casi desnudas después de quitarse las joyas, pero muy pronto reconocen que Dios ha reemplazado lo artificial por lo real. David escribió: “Los que miraron a él fueron alumbrados, y sus rostros no fueron avergonzados” (Salmos 34:5).

Esta “nueva imagen” del cristiano recién nacido es lo que hace que el mundo se maraville. Por cada cosa mala que abandona, el hijo de Dios recibe un reemplazo espiritual. Como dijo Pablo: “Desechemos, pues, las obras de las tinieblas y vistámonos con las armas de la luz” (Romanos 13:12). Y tenga en cuenta lo dramático que puede ser este intercambio cuando se trata de la ropa y el adorno de una persona.

La novia de Cristo recibe una atención especial. Isaías contrasta la vestimenta matrimonial del pueblo de Dios con la vestimenta del mundo. “En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas” (Isaías 61:10). Cuando estamos casados con Cristo y adoptamos su nombre, no debemos adornarnos como novias y novios mundanos, sino que con gozo debemos revestirnos con las “vestiduras de salvación” y el “manto de justicia”. Esto es lo que ilumina el rostro, y presenta la nueva apariencia radiante que asombra al mundo.

Este punto vital debe ser considerado con cuidado. El rostro dice mucho sobre el carácter y la experiencia de una persona. Nuestro testimonio cristiano más poderoso puede ser simplemente el testimonio de nuestro semblante resplandeciente. Uno de los argumentos más convincentes que he escuchado en contra del uso de cosméticos coloridos, se basó en esta información. Frances Parkinson Keyes, la reconocida autora católica, explicó por qué nunca se había “retocado” la cara o el cabello con adornos artificiales: “Un cuarto de siglo de vida debería añadir mucho al rostro de una mujer, además de unas pocas arrugas y algunos pliegues no deseados alrededor de la barbilla.

En ese período de tiempo se ha familiarizado íntimamente con el dolor y el placer, la alegría y la tristeza, la vida y la muerte. Ha luchado y ha sobrevivido, ha fracasado y ha tenido éxito. Ha perdido y ha recuperado la fe. Y como resultado debería ser más sabia, más amable, más paciente y más tolerante de lo que era cuando joven. Su sentido del humor debería haberse suavizado, su visión debería haberse ampliado, sus simpatías deberían haberse profundizado. Y todo esto debería verse. Si intenta borrar la huella de la edad, corre el riesgo de destruir, al mismo tiempo, la huella de la experiencia y del carácter” (Palabras de Inspiración, página 198).

¡Qué tremenda verdad contiene esa declaración! Las mujeres cristianas tienen un testimonio que dar por la expresión de sus rostros. Rectitud, dignidad, pureza y fe apacible en Dios, son atributos que a menudo se reflejan en el rostro. Quizás esto es lo que Jesús quiso decir cuando habló estas palabras: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16). La luz y el resplandor espiritual de un rostro sin adornos, podrían atraer más atención a la religión de Jesucristo que una docena de sermones o estudios bíblicos.

Hemos dedicado un tiempo considerable al tema de los adornos artificiales, para demostrar cómo el amor conduce a la Biblia en busca de lo que agrada al Señor. Podríamos haber usado otros ejemplos de normas cristianas. Pero los mismos principios proporcionan la motivación para siempre agradar a Dios en lo que hacemos, en relación a los bailes provocativos, las películas, los juegos de azar, la dieta y la vestimenta. Con la misma claridad podríamos mostrar que estas altas normas de la iglesia no se basan en ningún comité compuesto de hombres, sino en la voluntad revelada de Dios en Su Palabra. Que Dios nos ayude a encontrar nuestro mayor gozo y deleite en hacer las cosas que le agradan.

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